Hola, me llamo Keya.

Un día caluroso y soleado, fui a la piscina de la comunidad.

Mi papá y mi hermanito, Samar, también fueron conmigo.

Estaba saliendo de la piscina cuando empecé a escuchar música que venía de lejos...

«¡Yo quiero un helado!» gritó Samar. «¡Vamos!»

Empezó a correr hacia el estacionamiento en donde siempre se paraba el camión de los helados.

Mi papá se rió. «Deja lo alcanzo. Te esperaremos enfrente del camión de los helados.»

Y luego corrió detrás de mi hermanito.

Empecé a seguirlos.

Ahí fue cuando me di cuenta que tenía un gran problema.

Iba a tener que cruzar el estacionamiento para llegar al camión de los helados…

Y ¡no traía zapatos!

Esa mañana, cuando llegamos a la piscina, estaba nublado.

El pavimento del estacionamiento y la acera no estaban calientes, así que dejé mis zapatos en el carro.

Pero había salido el sol.

Y había estado brillando sobre el estacionamiento durante varias horas.

¡Ahora sí necesitaba mis zapatos!

Pensé en cómo se sentiría caminar descalza al lado de la piscina.

El piso mojado se sentiría fresco.

Y ya que el sol estaba brillando sobre el estacionamiento, ahí también estaría caliente.

Quería llegar al camión de helados.

Pero no quería pisar en donde estaba caliente el piso.

La gente que salió de la piscina dejó agua fría sobre el pavimento.

Esos charquitos también estarían frescos.

El césped verde estaba mojado.

Se sentiría frío debajo de mis pies.  

Me puse a pensar.

Esto fue lo que decidí.

Mi papá me compró mi paleta favorita.

Después me dijo, «Cuida a tu hermano. Ahorita vengo».

Papá fue al carro y me trajo mis zapatos.

«¡Gracias, papá!» le dije.

Me senté en la sombra debajo de una sombrilla a comerme mi paleta.

Estuvo deliciosa.

FIN